Declaración del artista sobre la obra:

Totlazonantzin se traduce como "nuestra amada madre" en náhuatl y se puede ver en el Nican Mopohua ("Aquí se cuenta"), el primer relato registrado de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, escrito a mediados del siglo XVI y publicado por primera vez en 1649. En mi propia experiencia al crecer en el suroeste de Estados Unidos, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe era muy familiar y parecía omnipresente. Se la podía ver en casa y en las casas de amigos, dentro de iglesias y en el exterior de licorerías, a veces acompañada de letras en inglés antiguo de aspecto rudo o escritura florida en ropa, mantas, lowriders, etc. Una de mis camisetas favoritas que usé a finales de los 90 tenía una imagen de Nuestra Señora cargando a un cholo herido o moribundo debajo de la frase "mi vida está en tus manos". Casi un siglo antes, había adornado los estandartes de los ejércitos campesinos revolucionarios de Zapata, y un siglo antes, los estandartes de Hidalgo que luchaban por la independencia de España. En palabras de Octavio Paz, ella es "el consuelo de los pobres, el escudo de los débiles, el auxilio de los oprimidos". El icono de La Guadalupana puede representar, entre otras cosas, la idea de una figura maternal celestial y amorosa, una presencia reconfortante tanto humana como cósmica, natural y sobrenatural. Como contrapeso femenino al énfasis patriarcal de gran parte de la religión occidental, ella es nuestra Madre celestial, la Madre del Cielo. Pienso en la profundidad del amor entre mi madre y yo, y en el amor entre mi hijo y la suya, y veo que la imagen de Nuestra Madre transmite ese tipo de amor. Como artista, creo firmemente que "la belleza salvará al mundo", y hay gran belleza y poesía en esta celebración popular y perdurable de la maternidad divina. Pinté esta humilde interpretación de la icónica imagen con reverencia y sinceridad, con el deseo de que transmitiera parte del amor que la plasmó y del amor maternal que simboliza.